Momento épico en Teotihuacán

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26 September 2009 Rigoberto Gálvez Print Email

Es muy difícil pensar que estando en pleno centro histórico de la ciudad de México, se puede dar testimonio a lo que fue el fin de un imperio y el nacimiento de una clase nueva.
 
Fue en este lugar, Tenochtitlán, donde Moctezuma dictó sus últimas palabras y el conquistador estableció la Nueva Hispania. Un lugar en donde se emergen dos culturas y germinan una nueva, dando paso al mestizo.

Viajar a la ciudad de México y en especial visitar el Zócalo es como emprender un peregrinaje espiritual, es como descubrir nuestras raíces y aprender más acerca de nuestra cultura actual, porque se puede presenciar el inicio y el desarrollo de nuestra civilización actual.

Especialmente en septiembre que es mes de la Independencia (y en nuestro medio, mes de la hispanidad). Es cuando más se siente el verdadero espíritu de nuestra gente. Entonces descubrimos que no es una fábula, que no es un cuento de hada, sino es algo palpable y real que se puede percibir a través de nuestros sentidos.
 
En los lugares más obvios se encuentran los secretos más íntimos de los antepasados, como se puede apreciar en el Museo de Antropología e Historia en la misma ciudad, o bien a solo un par de horas de viaje, en el sitio arqueológico de Teotihuacán, que son sitios bastante accesibles para locales y visitantes. Estos sitios poseen templos, edificios, artefactos sin mencionar su situación original con relación al cosmos actual.
 
Gracias a un esfuerzo combinado estos lugares están al alcance de todos aquellos que deseen buscar y conocer a más profundidad la trayectoria de nuestra historia y de la fibra genética de la cultura a través de los diferentes ciclos o periodos evolutivos.
 
En un momento épico e inmortal logre subir a la cima del Templo del Sol en la antigua Teotihuacán, en donde reflejado en un pequeño pocillo de agua vi el sol reflejado en posición perpendicular. Desde ese punto, tan cercano al cielo se puede apreciar el valle que una vez fue la meca del imperio Azteca, y que ahora es un museo viviente rodeado de personas que representan los diferentes grupos étnicos terrestres.
 
Reconocí que aquellos lugares sagrados no quedaron olvidados en su era, por ser de auténtica importancia trascendental y por ser portadores de la antorcha que lucha por la preservación de las especies.
 
Poner pie en aquel suelo santo fue un gran privilegio y pensar que en el mismo suelo nacieron, caminaron, lucharon y murieron aquellos seres majestuosos. No fue uno, ni dos, a quienes escuché decir: “vale la pena venir a este lugar, se siente la energía”. Por algo escogieron ese lugar los mejores líderes espirituales, matemáticos y astrónomos de aquel entonces.

Gracias a los adelantos de la ciencia, ahora nos podemos transportar con la facilidad y seguridad a las tierras de los abuelos. El mito se convierte en un hecho y los sueños en una realidad.