Conocer a Salvador González alias el Uruapán Kid, un señor bajito, bonachón que cuando empieza a hablar lo transporta a uno a esos tiempos que él describe, ya que platica con detalles. Nació en Uruapán, Michoacán en 1930 y quedó huérfano desde pequeño.
Al llegar a su apartamento en Oakland, un lugar pequeño, modesto, pero con mucha historia, de inmediato se percibe la camadería y gran corazón de
Salvador. Sobre las paredes se ven los cuadros con los recortes de periódico de antaño, cuando escribían sobre su actuación en las peleas o anuncios de sus peleas por venir. “Ese anuncio es de 1952”, dice Salvador señalando el recorte de un anuncio que hace mención a una de sus presentaciones en aquel entonces.Desde niño Salvador supo lo que era mantenerse y valerse por sí mismo, se dedicaba a guiar turistas allá en su pueblo y a su corta edad ya manejaba. “Siempre me gustó manejar”, continua con su relato. “Mi ilusión era comprarme un auto”.
Salvador inició su carrera como boxeador en los años 40’s, “Empecé muy chamaco”, dice Salvador. “Alguien me vió pelear y la verdad es que pego fuerte”, dice con una sonrisa.
Su mentor, el señor Guillermo Gómez Chacón, dueño de un restaurante en la Ciudad de México que trabajaba también como ferrocarrilero, fue quien lo invitó a mudarse al D.F. “Recuerdo que hablé con mi abuela, fue una conversación corta”, recuerda Salvador con nostalgia que puede percibirse en el timbre su voz.
Llegó a la ciudad a vivir a la colonia Guerrero, cerca del gimansio al tendría que ir a entrenar todos los días. Durante su carrera de boxeo profesional conoció a Javier Solís, quien en aquel entonces también boxeaba (tiempo después sería descubierto por su voz) y con quien guardaba un parecido increíble. “A Javier Solís, lo escuchaba cantar y chiflar en el gimnasio”, dice Salvador con entusiasmo.
Salvador debutó el 25 de febrero de 1950, sin embargo, su carrera fue corta ya que “no ganaba dinero, ganaba golpes”, recuerda. “Tenía 3 ó 4 peleas al año y no se pagaba bien”.
Salvador “Uruapán Kid”, como lo llamó su representante, hizo los guantes a un lado y se retiró del cuadrilátero sin haber cumplido su sueño: comprar su taxi.