Orlando Ramos nunca se imaginó que algún día se convertiría en el director de una escuela. “Tuve el honor de ser expulsado de las escuelas en dos estados diferentes: Nueva York y Texas”, comenta con una gran sonrisa y un inconfundible acento Neoyorquino. “Estaba aburrido, extremadamente
aburrido. Recuerdo haber estado sentado allí pensando, ¿qué rayos tiene que ver esto con la vida real?”Ramos de 44 años, finalmente dejó la escuela por completo en el décimo grado y pasó el siguiente año viviendo en su coche.
Fueron las poderosas palabras y acciones de un profesor que le ayudó a cambiar su vida. “[El] tocó a mi puerta y dijo, ‘Chico, necesitas salir de ahí.’ Como era de esperarse, me encontró un programa GED. Lo pasé airosamente, fui a la universidad y heme hoy aquí”.
Ramos se convirtió en director de la escuela secundaria Lee Mathson en San Jose el año pasado. Mucho de sus 15 años de carrera como profesor, decano de seguridad y ahora director, los ha dedicado a utilizar sus habilidades de comunicación, su pasión de educador y sus experiencias personales para atraer a aquellos estudiantes que están tan aburridos y desilusionados como él lo estuvo alguna vez.
Ramos se ha ganado una reputación de ser capaz de inspirar confianza a miembros de pandillas en algunas de las escuelas más difíciles de la nación, desde Walton High School en el Bronx, N.Y. hasta Richmond High en Richmond, Calif., en donde recientemente le fue otorgado, por su trabajo, el Premio de la Paz de la Fundación de Bienestar de California (The California Wellness Foundation).
En Richmond, uno de sus mayores éxitos fue disminuir significativamente la violencia y los incidentes relacionados con el pandillerismo en la escuela. Lo logró al instituir una clase optativa para 30 miembros de pandillas que fue entretejida en el currículo diario. La clase se enfoca en enseñarles a los estudiantes habilidades para desenvolverse en la vida diaria como control de la ira, finanzas personales y habilidades laborales como escribir un currículum. Se les pide a los estudiantes que firmen un tratado de paz y que acepten mantener el campus como una zona neutral en donde nadie caminará con temor.
“Lo que he aprendido es que se trata del poder de las relaciones. Si sólo dices, ‘Tenemos este programa, vengan’, no funcionará. Los chicos realmente necesitan saber que estás de su lado y que te preocupas por ellos”.
Así que este año su atención está puesta en construir esas relaciones para crear una fundación para su clase. De manera regular tiene sesiones informales con estudiantes que forman parte de pandillas, en donde tienen largas conversaciones sobre lo que está pasando en sus vidas.
Sentada en la oficina de la escuela, esperando a entrar a una de sus pláticas regulares con el director, se encuentra una estudiante de 7° grado que es líder de la pandilla los Sureños en la escuela secundaria. Empezó a andar en pandillas, comenta, en 3er. grado.
“Sólo era una cosa que veía en mi vecindario. Veía a todos haciéndolo, así que yo también quería hacerlo”, señala.
San Jose, aunque no es una comunidad con un alto índice de crímenes como Richmond, tiene una historia de pandillas profundamente arraigada, particularmente en el lado Sur y en el lado Este, donde se localiza la escuela.
Dominadas por los Norteños empezando en 1970, estas áreas se han convertido mayormente en vecindarios “Sureños” en años recientes, compuestos en gran parte por la juventud inmigrante hispanohablante.
Ramos señala que su trabajo no es alentar a los chicos a dejar sus pandillas, sino ayudarlos a imaginar otras opciones. “Una vez que te das cuenta que [los muchachos] hacen las pandillas para unirse y obtener seguridad y amor, te empiezas a dar cuenta que puedes atraer a los chicos que pertenecen a bandas al mostrarles que existen otros caminos en donde pueden encontrar eso”, señaló.
La estudiante de séptimo grado pelea con otras chicas y alienta a las chicas que la siguen a hacer lo mismo. Ella ha sido líder en un número de riñas escolares, dice Ramos, y se enoja fácilmente cuando siente que le están faltando al respeto.
“Estos chicos son líderes, nos olvidamos de eso”, señala. “Definitivamente están siendo líderes por las razones equivocadas, pero nos toca a nosotros encaminarlos en la dirección correcta”.
“Yo diría que nueve de cada diez veces, cuando nos enfrentamos a uno de estos líderes pandilleros, si logramos que mejoren académicamente, el número de incidentes simplemente bajará. Sucede cuando los chicos se dan cuenta y piensan, ‘puedo hacer esto’”, señala. “A ella le gusta escribir poesía, así que voy a trabajar para hacer que se involucre en el periódico estudiantil”.
Por ahora, ella todavía no está convencida de que la paz entre las pandillas se puede dar en el campus; sin embargo, está de acuerdo en que la paz podría ser algo bueno. “Los Sureños realmente odian a los Norteños, y los Norteños realmente odian a los Sureños,” le comentó a él.
“Ese es el reto del liderazgo,” asegura Ramos.
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