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Política partidista – Un juego de tontos para las masas

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15 October 2009 Robert Higgs Print Email

Debido a que en lo personal desprecio a la política en general, y particularmente a los dos partidos principales de este país, voy desconcertado por la vida a causa de todo el valor que la gente da a la lealtad política partidista y la observancia de las demarcaciones normativas que promueven los partidos. Henry Adams observó que “la política, como una práctica, cualesquiera que sean sus profesiones, siempre ha sido la organización sistemática del odio.”

Esta organización de odio no es la política en su totalidad, para estar seguros, sino un elemento esencial. Así, los demócratas alientan a la gente a odiar a las grandes empresas, y los republicanos alientan a la gente a odiar a los beneficiarios de asistencia social.

Por supuesto, todo es un fraude diseñado para distraer a la gente de la principal realidad de la vida política, la cual es que el estado y sus partidarios principales están constantemente arruinando al resto de nosotros, independientemente del partido que tenga el control sobre la presidencia y el Congreso. En medio de todo el ruido y la furia partidista, casi nadie se da cuenta que la realidad política se reduce a dos “partidos”: (1) aquellos que, de un modo u otro, utilizan el poder del estado para aprovechase y vivir a expensas de otros; y (2) los otros desafortunados.

Aun cuando la política parece involucrar cuestiones de vida o muerte, las divisiones partidistas con frecuencia únicamente oscurecen las principales realidades políticas. Entonces, los demócratas dicen que los republicanos anti-aborto, quienes aseguran tener una tremenda preocupación por salvar la vida de los bebés que no han nacido, no tienen interés alguno en salvar la vida de aquellos que ya nacieron, como por ejemplo los niños pobres que viven en los barrios marginados. Asimismo, los republicanos dicen que los demócratas, quienes aseguran tener una tremenda preocupación por la pobreza, contribuyen sistemáticamente a la perpetuación de la pobreza debido a los incontables impuestos y regulaciones que imponen a los propietarios de negocios quienes de otra manera estarían en una mejor posición para contratar y capacitar a los pobres y así acelerar su escape de la pobreza. 

No obstante, si los niños que todavía no nacen viven en los vientres de las mujeres sobre quienes las bombas y cohetes estadounidenses caen en Irak, Afganistán y Pakistán, todas las preocupaciones de los republicanos por los bebés nonatos se evaporan por completo, así como las preocupaciones de los demócratas por los niños pobres que viven en los mismos pueblos bombardeados. Pareciera que las posiciones de ambos partidos yacen sobre una moralidad muy flexible y selectiva, si efectivamente cualquiera de los partidos pudiera decir que tiene alguna base moral más allá de las demostraciones públicas de lamentos y rechinidos de dientes “morales”.

En cualquier caso, los principios de odio de los partidos nunca han pasado la prueba de olfato; de hecho, apesta a hipocresía. Por tanto, aunque se manifiestan en contra de las “empresas ricas”, los demócratas dependen excesivamente en el apoyo financiero de los magnates de Hollywood y de los abogados multimillonarios, entre otros ricachones. Por otro lado, los republicanos, aunque denuncian a la madre que recibe asistencia social que roba unos cuantos cientos de dólares inmerecidos al mes, apoyan vociferadamente a los cientos de millones de dólares en asistencia social canalizada a Lockheed Martin, Boeing, y General Electric, entre otras muchas compañías, por medio de contratos de “seguridad” truculentos, subsidios bancarios de exportación e importación, e incontables formas de apoyo gubernamental para la “seguridad nacional” y servicios de “interés público” como los republicanos conciben estas confusas pero retóricamente útiles entidades.

Dese cuenta, que a pesar de que los demócratas y republicanos con frecuencia fomentan un intenso odio mutuo, como regla, los líderes del partido en el Congreso interactúan muy amigablemente. Independientemente de qué partido tenga el control, invariablemente se puede contar con la leal oposición siempre tan leal y lista para cerrar un trato. Y, ¿por qué no? Estos aparentes opositores políticos se involucran en un proceso de saqueo del que los peces gordos de ambos partidos pueden esperar ganancias, cualesquiera que sean las altas y bajas de la política del partido. En el fondo, los Estados Unidos tiene un estado de un partido único, inteligentemente diseñado para disfrazar la verdadera división de clases del país y para distraer a las masas con el fin de que no caigan en la cuenta de que si uno no está informado sobre política y relacionado con alguno de los partidos más importantes, al final seguramente será estafado. Dicha explotación, después de todo, es precisamente lo que el estado y los partidos políticos que operan en él buscan.

No obstante, en vez de odiar al estado predatorio, las masas han sido condicionadas a amar a esta bestia empapada de sangre e incluso, si se les convoca, a dar su vida y la vida de sus hijos en su nombre. Desde mi ventajoso punto de vista externo, observando curiosamente, estoy perpetuamente desconcertado al ver que muchísima gente está siendo engañada por las falsas aseveraciones y la retórica confusa de los partidos. Como dice la canción, “los payasos a mi izquierda, los bromistas a mi derecha”, pero a diferencia del tipo de la canción, yo no estoy “atrapado a la mitad”. Por el contrario, yo floto por encima de toda esta emoción desgastada, mirando hacia abajo con disgusto y tristeza. Además, como economista, estoy obligado a lamentar tan ineficiente distribución de odio.

Robert Higgs es Senior Fellow en Economía Política en el Instituto Independiente de Oakland, CA.