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Las políticas presidenciales son más importantes que el carisma

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20 January 2009 Ivan Eland Print Email

Carisma. Una presencia imponente. Liderazgo.

Todos estos son los términos utilizados para describir a los mejores presidentes de América, y ya están siendo usados por algunas personas para describir la tranquilidad, confianza y comportamiento de Barack Obama.

Pero ¿un gran presidente es aquél que inspira al país a moverse en cierta dirección, incluso si esa dirección es a la larga errónea? – tal vez llevarnos a una guerra innecesaria o crear nuevos programas gubernamentales que el país no puede costear -- o acaso ¿un presidente debería ser juzgado por diferentes estándares?

¿Quién en realidad es mejor? ¿un presidente poco inspirador como Calvin Coolidge, que calladamente hace lo correcto, o líderes valientes y seguros como Lyndon Johnson y Ronald Reagan, que llevan al país a la guerra, aumentan el tamaño y alcance del gobierno y expanden las facultades presidenciales por encima de la Constitución?

Las clasificaciones presidenciales deberían estar basadas en lo que un presidente hace para promover la paz, la prosperidad y la libertad – los cimientos de nuestra democracia constitucional – no sólo en el estilo o personalidad.

Denme al chico aburrido que siempre hace lo correcto en vez del chico carismático que promueve políticas que debilitan la libertad personal o económica.

¿El presidente tuvo restricciones con respecto a asuntos internacionales? ¿Aportó más que palabrería al imperio de la ley? ¿Mostró respeto por los límites del poder ejecutivo estipulados en la Constitución? ¿Hizo todo lo que estaba a su alcance para proteger la libertad económica y los derechos civiles? ¿Fue un buen administrador del dinero de los contribuyentes? Estas son las preguntas clave, no si fue popular o si dio discursos memorables.

Un presidente no debería ser considerado como un buen presidente, ni siquiera como un presidente exitoso, si implementa de manera efectiva políticas que dañan la economía, provoca conflictos innecesarios y mina nuestros derechos.

Los presidentes sosos, monótonos o tranquilos son raramente altamente calificados. Aquellos que son carismáticos, que son capaces de dar un buen discurso, que nos alimentan con frases memorables y que, en la era de la televisión 24/7 y You Tube, lucen bien en la pantalla chica se posicionan generalmente en las categorías más altas.

En términos estrictamente políticos, yo posicionaría a Coolidge, o “Silencioso Cal” como se le llegó a conocer, delante de Teddy Roosevelt, delante de su primo Franklin Delano Roosevelt, y delante de dos de los presidentes más populares de la era moderna: John F. Kennedy y Ronald Reagan.

Esto no sugiere que las personalidades de los presidentes deberían ser descalificadas completamente. Sería un plus si el presidente utiliza sus facultades persuasivas para promover políticas acertivas. Sin embargo, más allá de esto, la personalidad realmente no debería importar.

Aunque la mayoría de los estadounidenses hoy en día parecen querer ver acción imparable por parte de la Casa Blanca, los mejores presidentes son casi siempre aquellos que se acercan al trabajo con cautela, permitiendo a los ciudadanos estadounidenses prosperar económica, política y socialmente con la interferencia mínima del gobierno.

Barack Obama parece tener las cualidades correctas. Pero, ¿hará bien las cosas?

Ivan Eland es director del Centro de Paz y Libertad en el Instituto Independiente, en Oakland.